En el consultorio escucho: “Me quejo de que no paro un minuto, pero si me detengo no sé qué hacer”. “Cuando llego a casa me enchufo al televisor sin importar lo que estén dando, el tema es entretenerme, o que algo esté prendido”. “A veces me pongo a comer sin hambre y no sé por qué”. “Todo el tiempo estoy pensando en mi pareja, si me quiere o no, si estamos bien o mal”. “No puedo o no me gusta estar solo”. “Siento en el día inquietud, angustia, pero no sé a qué se deberá”. “Me duermo con la radio prendida, no tolero el silencio”. “Me aburro a menudo”.

Podemos ver en estos relatos nuestra dificultad de estar solos/as, en silencio, sin actividad, dejarnos estar, darnos tiempo y espacio, salir de la acción, comprendernos, tolerar el malestar, conectarnos con lo que sucede de la piel para adentro.

¿Qué nos pasa? ¿Qué nos resulta tan aterrador?

En verdad, no lo sabemos, pero lo peor es que ni siquiera queremos averiguarlo. Es tan cómodo seguir adelante como si tuviéramos esas anteojeras que les ponen a los caballos para que no se distraigan en su andar. Así miramos al frente, el mundo solo está afuera y en el futuro, pero el costo que pagamos por esta negación es muy alto.

Vivimos en una cultura de la imagen en la que es más importante “parecer” que “Ser”. La mirada del otro es la que nos condena o eleva. Todo lo bueno viene de afuera y lo malo también. En la escuela aprendemos muchas cosas teóricas, pero no nos han educado para conocernos y aceptarnos a nosotros/as mismos/as, para entender y vivir nuestras emociones con naturalidad y gestionarlas adecuadamente, ni para auto-observar nuestros pensamientos y poderlos afianzar o cuestionar según nos convenga. Ni en los estudios secundarios o universitarios se favorece “la mirada interior”. Tampoco he escuchado políticos que reconozcan en sus discursos la importancia de “conocerse”. Es esperable, entonces, transformarnos en grandes evitadores, escapistas, fóbicos del silencio.

Cada tanto algún paciente nuevo me dice que se siente “raro” o “mal” y no sabe bien qué le pasa. Me sorprendo cuando certeramente me pide que le dé razones sobre lo que le está sucediendo, como si tuviera rayos X y pudiera ver su psiquis, con solo mirarlo y escucharlo.

Paciente: -Pero dígame. ¿Por qué me siento mal? Además, no encuentro razones para sentirme así. ¡Mi vida marcha bien!

Terapeuta: -Yo no lo sé… la única manera de averiguarlo es que mediante este proceso terapéutico puedas ir conectándote con tu interior y metiéndote en ese “mal” o “raro”. Solo soy un guía, un acompañante, pero el camino es tuyo.

Paciente: -Lo intenté, pero me sentí peor, me angustié más.

Terapeuta: -Es un avance importante. Acercándote a ese “mal” o “raro” ¿encontraste algo más distinguible: como la angustia? Seguramente hay pensamientos que acompañan esa emoción, y es posible que detrás de lo que sentís esté la raíz de tus problemas, o cuanto mucho la “punta del ovillo”.

Paciente: -No sé cómo hacerlo. Me da mucho miedo.

Terapeuta: -Está bien que tengas miedo, lo desconocido siempre da temor. Se necesita algo de coraje. Es todo un proceso el aprender a tolerar ese “sentirse mal”, dejar de escapar y quedarte en esa sensación lo más que puedas, observar tu cuerpo, que es donde habitan las emociones auténticas -el cuerpo forma parte de nuestro inconsciente-. Y darte cuenta de la gran cantidad de pensamientos automáticos negativos que circulan por tu mente, te bloquean y condicionan. Ya verás que de a poco, con paciencia, humildad y persistencia algo comienza a cambiar, desde lo profundo de tu Ser, cuando te des permiso para mirarte sin juzgarte.

Paciente: -Mmm, no sé, lo voy a pensar…

Cuando dejamos de presionarnos y hacemos un paréntesis, podemos dejar de preocuparnos por todo y mirarnos sin miedo. Esto nos da la oportunidad de renunciar a querer cambiar a los demás o esperar que cambien. Y lo más revolucionario: dejar de hacer tantos esfuerzos en buscar cambiarnos a nosotros mismos. En definitiva, la clave es conocernos y aceptarnos. No es tan simple “amarse a sí  mismo” como dicen los cartelitos o frases en los muros de Facebook. Tampoco ha dado mucho resultado amar más a los demás que a uno mismo. La propuesta es explorarse y, como primera medida, aceptarse de plano lo que surja tal cual uno ES. Con mis huecos, mis conflictos, con mi Ego, mi flacura o gordura, con mis dones y mis ganas.

CONCLUSIÓN:

Rendirse a lo inevitable. Abandonar la lucha y el control. Permitirme ser vulnerable. Darse tiempo. Así es como se inicia el “trabajo interior”. Con aceptación, el sufrimiento cae solo. La exploración de sí mismo/a es infinita e insondable (no hay mapas), y aunque a veces un tanto frustrante, es nuestra tarea vital y primordial. Si no sé Quién Soy, o por lo menos no intento averiguarlo, nunca sabré para qué estoy en este mundo confuso/agitado y cuál es el sentido más profundo de esta vida desde la experiencia propia, no me sirve que me lo cuenten bonito.

La superación del miedo a si mismo requiere entrar en una búsqueda de lo auténtico que hay en nosotros/as. Esto implica un trabajo: el Trabajo interior, el famoso “conócete a ti mismo”. Esa Tarea surge de la necesidad de encontrar respuestas a las situaciones vividas que nos trastornan, que nos hacen sufrir, que nos desequilibran. Si conectamos con esa parte profunda de nosotros mismos, que sabe de qué se trata todo esto, podremos  salir del automatismo, de la sensación de inquietud, de la superficialidad que vemos a diario, del encierro interior.

Lo que tenga que pasar pasará, no lo podremos evitar, y es parte de nuestro proceso de evolución. Ahora, al hacernos conscientes de nuestro interior nos  transformamos y  podemos ser partícipes, protagonistas de nuestra película/vida. Si ejercemos esa mirada interior entenderemos de qué se trata esa trama (y su revés) y dejaremos de resistirnos a la vida y sentirnos parte de ella, la respuesta está adentro.

Mi  hija Daira, nadadora de aguas abiertas y yogui, quien siempre anda en las profundidades, nos alerta: “… lo más sutil de nuestro Ser son los pensamientos, pero estos se pueden transformar en lo más denso y causar sufrimiento”.  Cuando dejamos de temer de nosotros mismos podemos aspirar a amar sin dependencia, dejar y dejarnos ir cuando sea necesario, sin miedo a la vida.