Me pasa, como a otros/as, que ha medido que maduro, voy apreciando con mayor nitidez las cuestiones más simples de la vida y he disminuido mi nivel de expectativas en muchos sentidos. He comprendido que no tengo el control total de mi vida, que las cosas no siempre salen como planifico, que el mundo sigue su ritmo sin importarle cuantos esfuerzos haga para que sea más habitable y saludable. He transitado frustraciones personales y sociales frutos de mis deseos de que las cosas mejoren, o vayan en la dirección de lo que creo que es “bueno”. Esta aceptación, que me ha significado estar en el desierto, ya no es una resignación, sino una forma de abandono de la clásica ignorancia y testarudez humana, que habitaba con mucha fuerza en mí. La vida no se trata de trabajo estresante, buscar la seguridad económica y afectiva a toda costa, siguiendo el camino marcado, ni tampoco mantenerse al margen, sumirse en la decepción o escapar con una fantasía hedonista o espiritual. Cuando conectamos con nuestra naturaleza interior hacemos lo necesario, lo que dicta la situación, sin caer en la depresión ni el activismo frenético o fanático. Y eso es suficiente.

Necesito tiempo para contemplar, ver para donde va mi vida, sintonizar con ella e intentar comprender, por eso leo autores que con su visión amplían la mía que tiende a ser limitada. Cito al Dr. y Profesor Bernardo Nante[1] que es un autor obligado para quienes queremos entender de forma más cabal a Jung que fue un gran psicoterapeuta, un visionario de la vida intrapsíquica y la realidad social.

-Hacia 1933, Jung escribió: “Difícilmente podremos negar que nuestro presente es una de esas épocas de escisión y enfermedad. Las circunstancias políticas y sociales, la fragmentación religiosa y filosófica, el arte moderno y la moderna psicología están de acuerdo en esto. ¿Hay alguien que, dotado, aunque sólo sea de un vestigio de sentimiento de la responsabilidad humana, se sienta bien con este estado de cosas? Si somos sinceros debemos reconocer que en este mundo actual ya nadie se siente del todo a gusto, y la incomodidad será del todo creciente. La palabra crisis es también un término médico que indica un peligroso acmé de la enfermedad”.-

 

Ya va hacer un siglo que escribió esto Jung, y vemos como la incomodidad sigue creciendo, mediante guerras, pobreza, manipulaciones, explotación y devastación del medio ambiente, iatrogenia; el aumento de todo tipo de enfermedades mentales como trastornos de ansiedad, depresión, suicidios, violencia, abuso de drogas, etc.. Viendo este panorama, no es raro que aparezca un Pandemia como frutilla del postre, luego de dos terribles guerras mundiales. Sigue Nante:

Asimismo, en una conferencia dictada en Viena hacia 1932, Jung afirmó: “Las catástrofes gigantescas que nos amenazan no son procesos elementales de índole física o biológica, sino acontecimientos psíquicos. Nos conminan en una medida aterradora guerras y revoluciones que no son más que epidemias psíquicas. En cualquier instante millones de hombres pueden ser atacados por una nueva locura y entonces tendremos otra guerra mundial o una revolución devastadora (…) Un dios del terror [einen Gott des Schreckens] vive en el alma”.

 

Jung pudo anticipar la segunda guerra mundial a partir del análisis de sueños  de pacientes  germánicos donde aparecía el Dios Wotan, que “…es una característica fundamental del alma alemana, un ‘factor’ anímico de irracional naturaleza, un ciclón que reduce y suprime la alta presión cultural”. Continúa el Dr. Nante parafraseando a Jung:  -La presencia del mal no asumido en el alma, sino proyectado sobre el prójimo es de gravísimas consecuencias en nuestra época, pues el hombre, por una parte, está espiritualmente desamparado y, por la otra, cuenta con un enorme poder de destrucción. En un texto de 1958, titulado “El bien y el mal en psicología analítica”, leemos: “¡El Diablo de nuestra época es algo verdaderamente terrible! Si se repasa nuestra situación actual no es posible prever todo lo que aún puede ocurrir. El proceso seguirá forzosamente adelante.”-

Y ese “adelante” es nuestra Pandemia hoy, que es una mezcla o una síntesis de una nueva reacción/advertencia de la naturaleza, y el mal no asumido en nuestra alma. Parece que hace mucho venimos estando ante una oscuridad social que no es otra cosa que la oscuridad de nuestro inconsciente o de nuestra inconsciencia.

No se trata de culparnos por la Pandemia, como ha sido la actitud de muchos gobernantes, sino de pensar en otra dirección. Somos co-responsables de todo el mal del mundo y también de todo el bien.

 

Bernardo Nante se pregunta como yo también me he preguntado:

¿Qué hacer ante ese poder demoníaco al alcance de la mano del hombre, que radica en lo más ignoto de su propia alma? Para Jung, es necesario descender al fondo primitivo del alma, asumir las tinieblas, vivir el temor de lo primordial para así acceder a la luz. Sin embargo, la aceleración del tiempo contemporáneo y la enajenación del hombre, impiden que nos conectemos adecuadamente con el alma arcaica que, en parte, nos constituye. En una entrevista radiofónica mantenida en Múnich el 1 de enero de 1930, señala: “…si estos vestigios aún existen en nosotros —y ahí están— puede usted imaginarse cuántas cosas hay en nuestro pueblo civilizado que no pueden ponerse al día con el acelerado tiempo de nuestra vida diaria, produciéndose gradualmente una escisión y una contra-voluntad que a veces toma una forma destructiva”.

 

Más allá de esto, Jung no ofrece soluciones concretas y cerradas, ni busco que sus ideas sean tomadas como verdades absolutas, tan solo da cuenta en forma de testimonio personal, de su búsqueda interna, intentando encontrar un camino mejor con la esperanza de sanarse a sí mismo, a sus pacientes y favorecer la paz real entre los pueblos. A Jung no le interesaba creer en ideas (sean las que sean), sino experimentarlas. Y el mismo camino intento transitar, no siguiendo a Jung, sino a mi propio inconsciente, y comprender el lado oscuro de mi psique.

 

Mi experiencia de 29 años como psicoterapeuta, me dice que  conociéndome a mí mismo en toda su dimensión, entiendo mucho más a los demás, siendo más efectivo como terapeuta, y más coherente entre lo que siento, pienso, digo y hago.

Cuando escribo y me sirve para verme, para expresarme, cuando leo un libro que me atrapa, cuando juego al tenis, cuando estoy en el sillón de paciente ante mi terapeuta y me abro, cuando critico a alguien y me enojo y me observo, cuando tolero mi desánimo, mi angustia, mi soledad, cuando renuncio a quedar bien o ser querido y aceptado, afronto mis miedos, intento algo nuevo; cuando hago algo de esto, siento que estoy trabajando conmigo mismo, conociéndome. Y no es algo que se pueda hacer una vez y ya está, es nuestra tarea fundamental en la vida, tarea que nunca se acaba, que es individual y solo se interrumpe con la muerte. Hay que tener en cuenta que así no conjuraremos que nos dejen de doler las frustraciones e injusticias de la vida, o que lograremos que todo vaya bien con nosotros y los que queremos, no es así, no esperemos esa recompensa social, divina o espirituosa, porque la caída será peor. Cuando nos “trabajamos”, aprendemos a volar en el justo medio, ni tan abajo, ni tan alto, para no caer en el Mito de Ícaro. Y ese trabajo personal que nos compromete con nuestro interior, que es continuo, lleno de subidas y bajadas, aciertos y resistencias, decisiones y dudas, promesas y saboteos, ese camino lo relaciono con el “trabajo hormiga”, por lo sistemático, incesante y chiquito.

Y este “trabajo hormiga”, que suele ser muy chiquito pero nos cuesta, y es no apreciado, no diseñado por nuestros sistemas educativos o culturales, desvalorizado y dejado a la buena de Dios, es lo que considero nuestro mejor y más honesto aporte a la Paz en nuestro mundo, de manera oblicua. Porque creo que esta Pandemia se debe a esa epidemia psíquica de vivir en un sinsentido, despojados de valores y prácticas psico-espirituales, dejándonos llevar como ovejas por la racionalidad sin corazón, por gobiernos y grupos abusivos que utilizan el poder de la ciencia, la tecnología, la publicidad, la religión y el miedo para manipularnos y seguir explotándonos, mientras seguimos dormidos mirando para afuera.

Despertar es un proceso paulatino y a veces brutal, dejando atrás la inocencia, tolerando las culpas, participando de la vida, arriesgando y perdiendo. No hay tierra firme sobre nuestros pies, aun así, podemos intentar echar raíces en lo profundo del inconsciente. Y allí encontraremos a todos los que acusamos, culpamos y rechazamos, son aspectos nuestros que no queríamos reconocer, allí está nuestro Diablo interior, y quizás ahí cerquita también estén nuestros dones más preciados al cuidado de nuestro Dios interior. Así me completo, y me acepto entero.

Dios & el Diablo. Ilustración de Alberto Montt

 

[1]Nante B. (2010). El Libro rojo de Jung. Claves para la comprensión de una obra inexplicable. Colección Catena Aurea. El hilo de Ariadna: Malba & Fundación Costantini. Bs. As.