Existen profesiones de ayuda como el Trabajo Social, la Psicología, la Medicina, la Docencia, hasta la Abogacía y la Política lo son (o deberían). Pero no son las únicas que ayudan. Una madre, una pareja, una abuela, un adulto mayor, un hijo, una tía, un vecino, una amiga, también brindan su ayuda, que no es poco.

Está claro que todos/as en algún momento necesitamos la ayuda de otros, y pedir ayuda es un signo de salud mental. Y brindar ayuda también nos hace sentir bien, nos engrandece, nos hermana, nos hace humilde.

Aunque es necesario entender que la ayuda tiene sus límites, sus contradicciones y hasta sus contraindicaciones y es por ello que mi propuesta es que reflexionemos sobre este Arte. Porque para mí, la ayuda, el ayudar, es un Arte. Y como todo Arte requiere de un aprendizaje, un entrenamiento, imaginación, conocimiento, intuición, habilidades técnicas e ir más allá de la técnica. A veces ayudar, es solo acompañar. En ocasiones lo que creemos que es ayuda, no lo es. Detrás de una ayuda puede haber ideologías, intereses creados, hay ayudas que crean obligaciones, hay ayudas que aprisionan e incapacitan.

Como psicólogo mi actitud primera con los pacientes es investigar junto con ellos las razones de su sufrimiento y buscar alternativas de resolución de sus problemáticas. Desde mis inicios estudiaba nuevas técnicas y teorías psicológicas que brinden más herramientas en mi tarea como psicoterapeuta. Les preguntaba al finalizar que era lo que creían que había funcionado para que se sintieran mejor. Una vez atendí una paciente en el Hospital que había sufrido violencia por su pareja y había venido a la zona del Valle con sus hijos, escapando de esa situación y cursaba una depresión importante. Luego de varios meses de tratamiento, se encontraba en condiciones de seguir por sí sola, y al preguntarle que creía que era lo que más le había ayudado en el proceso terapéutico dijo que, cuando vino por primera vez a la consulta yo salí del consultorio, para pedirle disculpas porque me iba a demorar unos minutos más. Realmente no me acordaba de ese suceso, pero estimo que ha sido así. Es una conducta incorporada, a la cual no le doy mayor trascendencia. La paciente me dijo que ese fue el hecho que hizo que empezara a sentirse bien. Imagino que fue significativo para ella ya que se sintió respetada como persona. Esto me impacto profundamente, porque yo confiaba más en mis técnicas psicoterapéuticas, que en los detalles de la relación terapéutica. Me di cuenta, que el respeto por el otro, el tratarlo como una persona digna, el vincularse desde lo humano, es fundamental en la ayuda de cualquier tipo.

EL ACEPTAR AL OTRO TAL CUAL ES, COMO UN HUMANO, ES EL INICIO DE UNA AYUDA SINCERA. EL AFECTO, EL RESPETO, ES PARTE FUNDAMENTAL DE LA AYUDA Y SANA.

 

EQUILIBRIO EN LA AYUDA

En mi experiencia de ayudar a otras personas, me fue pasando, que algunas personas tienen muchas resistencias al tratamiento, aunque dicen querer ser ayudadas. Algunos de sus dichos y actitudes son:  sí, pero…, nadie se pone en mi lugar, la queja sin acción, o la culpa siempre es del otro,  postergan su accionar, esperan que por el simple hecho de hacer terapia todo se resolverá mágicamente sin querer hacer ningún cambio de su parte.

¿Cómo ayudar a alguien que no hace nada por sí mismo, que no dice lo que quiere, que no actúa? Que nunca lo ayudan como lo tienen que ayudar. Y espera que el mundo cambie y se adapte a su gusto y piacere. Que cree que todo le sale mal y piensa que para los demás, todo es más fácil. Una mezcla de victimismo y soberbia.

Fui descubriendo que ponía más energía en querer ayudar y resolver sus problemas, que ellas mismas. Y así me di cuenta que debe haber un equilibrio en la ayuda. Que mi rol de ayudador, no podía ser más entusiasta, que el del ayudado. O sea, el ayudado, tiene que estar dispuesto a recibir la ayuda, debe estar disponible, abierto y decidido a hacer algo para cambiar de conducta, de forma de pensar, si es que quiere que su situación se modifique. Pedir ayuda, es muy importante, pero es solo el primer paso.

En definitiva: NO SE PUEDE AYUDAR A QUIEN NO QUIERE SER AYUDADO.

El psicólogo español Joan Garriga, en relación a los vínculos de pareja dice que una de las condiciones para que sean relaciones satisfactorias, es que exista un equilibrio entre el dar y tomar. “Se trata de dar lo que tenemos y podemos, y lo que el otro quiere y puede recibir y es capaz de compensar de alguna manera manteniéndose digno y libre.”[1] Y aclara que muchas relaciones se rompen, porque alguno de los dos, da más de lo que el otro puede recibir, y que así se crean deudas que incomodan y llevan a juegos de poder. Garriga habla de la pareja, pero esto también pudiera ser aplicable a la relación entre ayudador y ayudado.  Ya que hay ayudas, que terminan creando deudas en el ayudado, éste se siente dependiente del ayudador, lo cual le acarrea otro problema más.

 

¿AYUDO PORQUE LOS DEMÁS SON MAS IMPORTANTES QUE YO?  

¿Quieres ayudar? Ayúdate primero.

Sólo son fuentes de paz quienes están en paz consigo mismo.

Los que no se aceptan no pueden aceptar a los demás.

Es tiempo perdido y utopía pura pretender

dar a tus semejantes lo que tú no tienes.

Debes empezar por ti mismo.

 Ignacio Larrañaga   Del sufrimiento a la paz

Algunos ayudadores, sean profesionales o no, tienen una tendencia, de estar demasiado pendientes de los demás, del afuera, muy posiblemente para evitarse a sí mismos, y a los conflictos no resueltos. Y mientras estén ocupándose de otros, no necesitan ocuparse en resolver sus propios temas. Es así que el ayudar a otros, es la excusa perfecta para mirar a otro lado y evitar su herida. Y lo que marca Larrañaga, es que esta evitación de sí mismo, lleva a una desconexión profunda de su Ser, de su intuición, de los límites, y esto hace que se pierda de vista la medida adecuada de la ayuda.Personas que han tenido carencias afectivas en su infancia, cuando son adultas sigue con una actitud de no cuidado hacia sí mismas, solo han aprendido a mirar al otro y que el otro es el importante no ellos. Es posible que le dan a los demás, lo que no tuvieron y lo que esperan recibir y no aprendieron a pedir. O piensan que serán egoístas si piensan en sí mismas. Es muy común ver ayudadores profesionales estresados, que no se toman vacaciones ni ningún tipo de licencia, que se descuidan en lo físico, emocional y social, que se postergan de continuo, no se brindan ningún tipo de placer, no les gusta ni pedir ayuda, ni ser ayudados. Viven para otros. Es bastante común encontrar mujeres que se postergan a sí mismas por cuidar o a sus parejas, hijos/as, etc..

 

LA AYUDA CIEGA

Hay que ver muy bien que es lo que nos pide el otro. No podemos dar lo que no tenemos.[2] No podemos dar lo que incapacitaría al otro, porque la ayuda, a veces no permite que el otro despliegue sus propios recursos. Si somos ayudadores ciegos, terminamos invadiendo al otro, lo perdemos de vista, y hasta creemos que es lo mejor para el otro, sin dejarlo decidir por sí mismo. Sin libertad, no hay ayuda posible.

Atendí una mujer que acudió con su hijo de 18 años, quien hacía unos años que había abandonado el secundario, y no trabajaba ni buscaba trabajo. Además, no colaboraba en el hogar, se la pasaba con la computadora y no la dejaba usar ni a la madre ni al hermano menor que la necesitaba para el colegio. La madre se quejaba que la insultaba, golpeaba al hermano y rompía cosas en la casa. En el medio de la sesión, veo que este joven saca un celular de última generación, mucho más caro y sofisticado que el que yo poseía. Le pregunto cómo lo obtuvo y me dice que se lo compro la madre, ella me dice que lo compró en un montón de cuotas, que él lo quería. Le pregunto: ¿imagino que ese celular debe requerir un abono costoso? La madre me dice que sí, como resignada me dice: -y es lo que él quería, pero es la última vez-. No son pocas las veces que me he topado con estas contradicciones, en donde se piensa que se ayuda a un hijo, dándole algo que quizás los padres no tuvieron en la infancia, pero no miden que, como en este caso, dichos “regalos”, no hacen otra cosa que reforzar la fantasía, de que “el facilismo”, el lograr cosas sin ningún tipo de esfuerzo y compromiso es la realidad, y no es así la vida real. La falta de límites, no permite tener una referencia, un punto de partida, algo en que apoyarse, algo que los contenga, hasta algo contra lo que puedan rebelarse y conocer su fuerza. Y esa falta de límites deja a los jóvenes, a la deriva, y claro, ellos responden con violencia o depresión.

Hay ayudas como la mencionada, que son ciegas, son una ayuda negativa. Tan negativa como cuando ayudamos por culpa, o por miedo. Si al otro lo veo como un “pobrecito” y por eso lo ayudo, lo estoy condenando a ese estado. Tenemos una gran tendencia a la “culpa”, nuestra cultura es culposa, imagino que nuestra tradición religiosa mal interpretada es lo que ha abonado que seamos tan culposos y que desde ahí “ayudemos” al otro. Las personas que piden en la calle, lo saben muy bien, saben que decir, que cara poner. Y la culpa bloquea nuestra capacidad de pensar, y nos sale el automático de dar, para calmar la culpa lacerante, nada más, no porque realmente creamos que estemos brindando una ayuda útil.

LA AYUDA A VECES TIENE RAZONES OCULTAS.

A veces el lado oscuro de la ayuda encubre que queremos “ser buenos” sacrificando los propios deseos y necesidades, todavía estamos esperando la aprobación de mamá y papá, tenemos temor a ser malos y ser rechazados (como quizás fuimos en la infancia), y desde el miedo nos hemos vuelto muy moralistas, muy críticos con nosotros mismos y tenemos un “tirano adentro”, que calmamos jugando al nene/a bueno/a, jugamos a portarnos bien, pero en algún momento nos salta la sombra y somos grandes enjuiciadores y egocéntricos reclamando “todo” lo que hicimos por él otro, todo lo que nos sacrificamos.

Karl Jung decía: “No me importa si una persona es buena o es mala, sino que sea íntegra, completa.”

 

LA AYUDA CONSCIENTE

         
UN AYUDADOR CONSCIENTE ES CAUTELOSO

No necesito ser frío, distante, objetivo y serio para poder aclarar límites y roles, y relacionarme saludablemente con el otro que me pide ayuda.  Lo afectivo, el interés genuino por el otro, no debe quedar afuera de la relación de ayuda. No hay que olvidar que surgimos y nos mantenemos con vida saludable por el Afecto, el Amor y la Aceptación, todo empieza en estas 3 A.

La verdadera ayuda es cuando permito al otro que se reconozca a sí mismo, que descubra su potencial, que se anime a explorarse por sí mismo, que se responsabilice de su situación y de sus decisiones (o no decisiones), que acepte que a lo esencial nadie puede hacerlo por él, por ella. Lo ayudo realmente al otro cuando le señalo las trampas y manipulaciones que emprende para no enfrentar la realidad y sus límites. Lo ayudo, cuando yo mismo no me dejo manipular y le pongo límites a su conducta que me invade.

Todo aquel que quiera ayudar a otros, que ofrece su ayuda requiere una actitud de confianza plena en la vida, aceptar que no todo está bajo nuestro control. Esto es esencial para que los ayudadores no se crean superhéroes en donde salvaran a los pobres sufrientes. Muchos ayudadores se invisten con un aire de soberbia y narcisismo creyendo que son los encargados de salvar, rescatar, mejorar la vida de los que “no pueden”. Estoy convencido que la ayuda vital, requiere humildad, rendición, entrega y confianza incondicional en la vida, y que yo hago mi parte, y luego será lo que tenga que ser. Y no es que nada podamos hacer. Lo mejor es “hacer sin hacer tanto”, empezar por ahí. O sea, aproximarme sinceramente al otro que pide ayuda, acercarme sin mente, sin prejuicios, sin consejos armados, y decirle que por ahora solo puedo acompañarlo, escucharlo mientras tomamos algo.

Mi aspiración como ayudador profesional es motivar a las personas a que se ocupen de sí mismas, se escuchen y descubran su verdadero poder, si sus antepasados pudieron, ellas también pueden.

“Si yo, con mis heridas pude, vos también podes.”

 

[1] Garriga, J. (2015) El buen amor en la pareja. Cuando uno y uno suman más que dos. Grupo Editorial Planeta. Buenos Aires.

[2] Hellinger, B. (2012) Los órdenes de la ayuda. Editorial Alma Lepik. Buenos Aires.