Intuitivamente todos sabemos lo que significa “dejar ir” y reconocemos que no es tarea fácil. Dejar ir es soltar, es perder, es renunciar y luego tolerar esa incomodidad que nos instala en la realidad cuando  desaparece lo conocido,  aparece la incertidumbre y no sabemos cómo nos vamos a sentir, qué va a pasar…

La escritora y budista Pema Chödrön  dice: “La cuestión es inclinarse ante las incomodidades de la vida y verlas con claridad, en lugar de protegernos de ellas”.

Cuando estoy tensionado, sufriendo, aguantando, hastiado, angustiado, ha llegado el momento de soltar el control, cambiar de dirección y  actuar. Soltar el control es confiar, darle espacio a la espontaneidad y una oportunidad al destino.

Muchas veces no nos entregamos a la vida, a lo nuevo, al cambio, a decir lo que quiero, siento y pienso, a soltar algo, a tomar un nuevo camino, un nuevo vínculo, porque no queremos desilusionarnos nuevamente ni volver a perder y sentir Dolor. Pareciera lógico. Pero la vida tiene otra lógica. Si nos protegemos tanto quedamos como una semilla, con todo un potencial pero inactivo, sin desarrollarnos; no sabemos en qué flor nos podríamos convertir ni qué frutos daríamos.

Además, el Dolor es inevitable en el vivir. Nos cuesta aceptar las cosas como son. Queremos que sean a nuestra manera, nos resistimos y terminamos sufriendo. Enfrentar la frustración y liberar el enojo es esencial. Hay que saber aceptar, perder y soltar cuando las señales  son evidentes, cuando las sentimos en el cuerpo. Hay que practicar la humildad y pensar que en la vida en general  nos pasa lo que tenemos que aprender, que no es  un castigo divino, por eso ni culpar, ni culparnos.  Joan Garriga dice que la culpa es una interferencia en aceptar las cosas tal cual son.

Si no me quieren ¿para qué insistir?

Si ya no amo ¿para qué me quedo?

Si ese trabajo/proyecto  ya no me enriquece y llega hasta a enfermarme ¿por qué no busco alternativas y lo suelto?

Si sé que me equivoqué  ¿por qué no lo acepto y acciono?

No quiero correr riesgos y olvido que la vida no está hecha de certezas sino de incertidumbre y cambio continuo.

Es necesario soltar el pasado, elegir y tomar una decisión aunque no esté seguro, aunque me de miedo, aunque tenga que sentir culpa: esa quizás sea una “buena culpa” por ser auténtico -algún costo se paga a veces-.

Casi sin darnos cuenta nos vamos apegando emocional y hasta obsesivamente a proyectos y relaciones por costumbre, por miedo, por comodidad, por mandato, por lealtades familiares. Nuestra verdadera identidad se ha ido tapando; perdemos brillo y entusiasmo y nos engañamos diciéndonos que la vida es así. Nuestra incapacidad para renunciar a objetos, personas e ideas da cuenta de cuán apegados y dependientes somos. El psicólogo  Walter Riso nos alienta al desapego: “A uno no se le ocurre pensar que su vida no tiene sentido si no tiene ese objeto o sujeto vinculantes. ‘Te amo pero puedo seguir adelante sin ti. Me va a doler, pero sigo’. Por eso el apego es una patología de la libertad”.

Uno de los obstáculos  para Dejar ir es que no hemos aprendido a fluir con la vida. No nos entregamos a las realidades que se nos presentan, nos resistimos a lo que es inevitable. Queremos estabilidad, seguridad y forzamos situaciones. Buscamos acomodar la realidad a nuestra idea de cómo debe funcionar la vida. Y de aquí nos surgen las ansias de CONTROLAR. Nos volvemos controladores, evitamos plantear lo que queremos para que nada se mueva mucho, aunque decimos que buscamos un cambio y vamos al psicólogo para ello. Sufrimos, sufrimos mucho, porque tanto control nos tensiona y nos hace “explotar la cabeza”.  Aun así, no tomamos decisiones con firmeza, no nos arriesgamos a soltar definitivamente. Quiero lo nuevo pero no lo suelto, no cierro lo viejo.

Bert Hellinger  nos alerta en este sentido: «Sufrir es más fácil que actuar».

Es hora de que aceptemos la realidad, cedamos a lo que es y dejemos de luchar contra lo ineludible. Pongamos límites a los mandatos externos y solo aceptemos lo que dice nuestra  voz interior. Seamos fieles a nuestro Ser, sin importar qué pase. Quizás nos juzguen: el tema es que nosotros no lo hagamos con nosotros mismos. El miedo a herir, a que no nos quieran (“más vale malo conocido que bueno por conocer”), a que se enojen, nos paraliza.

Dejar ir implica un duelo y para ello tengo que matar toda esperanza, tanto propia como de los demás. Ya ha pasado el tiempo suficiente.

Honrar lo vivido y soltarlo. Afrontar los miedos y moverme con ellos. El miedo no va a irse, porque se abre un camino desconocido. Animarme a sentir y expresar lo que siento. Dejar crecer la emoción que sea dentro de mí; no juzgarla y confiar en que hará su trabajo y se irá. La emoción sanadora que nos visitará será la tristeza, y debemos darle espacio. Las lágrimas son la materialización del espíritu que vive en nuestro interior y se hace presente; llorar siempre es una bendición.

CONCLUSIÓN

Darme permiso, darme tiempo y recuperar mi poder personal. Aceptar y permanecer. Yo no tengo el control, solo la decisión. La decisión no es un aprendizaje: es un hecho, un acto de Coraje.

Y Coraje es poner el corazón por delante, la condición indispensable para que el renacimiento suceda.   Cuando dejamos ir, nos estamos abriendo a infinitas posibilidades, nos estamos abriendo a la abundancia, que no  es otra cosa que abrir nuestro corazón a la aventura de despertar cada mañana y agradecer que estamos vivos un día más y tenemos la total libertad de hacer lo mismo de ayer o algo totalmente distinto, y así construyo mi realidad y soy protagonista de mi vida, porque aun, en las peores condiciones, puedo elegir cómo accionar, soy libre.