Cuando se acerca un cambio de año, pareciera que hay asuntos que se terminan, y que es la oportunidad de que cosa nuevas aparezcan, que existan cambios.

Esto entusiasma, aunque a veces la realidad se impone, y los cambios no se dan, cambia el año, cambian las estaciones, dejo atrás lo «feo»,  pero uno/a y sus circunstancias siguen igual en enero.

También es razonable, que si uno/a se siente bien, para que quiere cambios, mejor que toda siga fluyendo como viene. Pero también es real, que a veces los cambios te vienen sin que los desees o los quieras: como cuando se te termina un trabajo o proyecto que querías, un alejamiento de un amigo/a por una discusión o desencuentro; una separación que se te impone; alguna pérdida; una enfermedad, una pandemia.

Estos cambios indeseables, en general nos llenan de dolor y de angustia, y quizás en estos momentos de “fiestas”, o de “mandato festivo” como digo, se hacen más notables. Pero lo más saludable es afrontar estas situaciones (las emociones que nos provoca), como se pueda. Y el miedo seguro estará presente, porque el futuro se hace incierto, se nos mueve el piso bajo los pies, no hay tierra firme cuando me muevo por nuevos lugares.

Para que haya un cambio, primero tiene que haber aceptación. Le decía a una amiga que estaba acompañando a su sobrino (un niño) que estaba internado en el hospital y pasando un momento complicado, que en esos instantes de dolor físico y emocional del niño y de todos, nos damos cuenta de la fragilidad de la vida, de lo vulnerables que somos los humanos. Y en esas situaciones las personas afectadas directamente son sumamente receptivas y sensibles, ahí se caen todas la mascaras; y el acompañamientos es algo esencial, porque no podemos solos, necesitamos de otros. Por mi profesión me toca acompañar a muchas personas que transitan dolores de toda índole, y lo que intento y propongo es poder sobrevolar esa situación de “dolor” (sea emocional o físico), y ver que detrás de todo eso, está el Amor, porque siempre que hay dolor hay Amor, van juntos. Y la medida del dolor por un ser querido, es el mismo que el Amor que le tenemos. Y es necesario no perder de vista ese Amor, porque si lo perdemos, transitamos un dolor sin sentido. Si miramos con el corazón, el dolor puede intensificar el Amor. Claro que se necesita mucho coraje para afrontar todo esto y digo coraje en su sentido etimológico: “poner el corazón por delante”. Este Amor es lo único que sanará nuestras heridas y nos ayudara a tolerar lo intolerable, y no llenarnos de resentimientos por lo duro que nos toca vivir.

No es muy distinto el tema en una separación. Si focalizamos demasiado en el dolor, en el enojo, en la tristeza, no podremos conectar íntimamente con nuestra propia experiencia, porque no se trata todo del “otro”, sino como transformar lo vivido en un camino de crecimiento, que nos permita ver la vida en toda su dimensión, porque el Amor no puede ser solo reducido a si me quieren o me dejan de querer o dejo de querer. Aunque muchas veces es inevitable, pero de nada valen las culpas y los arrepentimientos. Es un proceso de ir soltando, no todo se termina tan rápidamente. Así son los duelos en general, llevan tiempo, no se pueden apurar, pero se pueden favorecer, sintiendo lo que hay que sentir y cuando surja, e ir conectando con la vida cuando la tristeza vaya aflojando y darnos permiso para volver sentirnos plenos.

Por eso las expectativas de cambio, no son tan simple como imaginamos, porque un cambio implica que surja algo nuevo, pero para ello algo viejo tiene que ir muriendo, terminando, por eso hablo de duelos. Todo cambio implica algo de crisis, un salir de lo conocido, dejar nuestras certezas, abandonar algo de nuestra comodidad. Justamente en una sociedad que de continuo nos propone lo opuesto, el confort, la seguridad duradera, lo fácil, el placer sin medida, un suelo sólido, un equilibrio inmutable, el consumismo como forma de felicidad enlatada. Por eso el miedo al cambio, todo cambio contundente, implica un miedo profundo. Y en la escuela aprendí matemática, pero no estaba la materia de cómo afrontar los miedos, cómo ser yo mismo en un mundo que busca que solo me adapte.

Es que el miedo, no debería ser un impedimento para el cambio, el miedo es inherente al ser humano, surgió como protección ante la supervivencia, aunque se descontroló en esta modernidad  pandémica y nos pusimos obsesivos con el “control y la seguridad”. Es esperable que mientras más rígida sea la personalidad, más estructurada y controladora sea la persona, y más difícil será cambiar, porque detrás de esa fachada de seguridad que muchos demuestran con sus certezas, más temores hay en su interior. Hay que sentir el miedo, sin vergüenza y aunque tenga miedo, en su momento accionar igual.

Abrirse a las oportunidades del cambio ante un nuevo año, es posible. Claro que tenemos que renunciar a la esperanza de que todo será como yo quiero…mantener la calma y relajarnos en las situaciones nuevas que se van presentando, que quizás no sean las que esperamos, pero sean las que necesitamos transitar…Podemos empezar por respetar nuestro dolor y nuestros miedos, para luego soltarlos y trascenderlos. Y también aceptar la alegría cuando surja y aprender a pedir y a tomar lo que nos dan, dejar de sentirnos culpable, egoísta y poco valioso/as.

Aprovechemos el impulso del cambio de año.

Cuando nos entregamos completamente a lo que queremos, nos comprometemos con nosotros misma/os y la vida,  y ahí surgirá la plenitud del vivir, la presencia plena, y ya no importarán tanto los resultados, porque como dice Fito Páez, lo importante es el camino…

Felicidades y buena estrella!!!