Los seres humanos anhelamos sentirnos bien, ser felices, vivir plenamente, desarrollar nuestro potencial, encontrarnos con otros y compartir en libertad. Sin embargo, nuestra vida cotidiana a veces parece conducirnos hacia otro rumbo, justo al opuesto, y terminamos sobre-exigidos, tensionados, haciendo trabajos que nos estresan, respirando violencia por todos lados, siendo violentos con nosotros mismos y dañándonos entre los seres más queridos, olvidando lo valioso de la vida. Todo esto repercute en Nuestra Salud.
Quiero llamar la atención sobre el estricto vínculo entre el cuerpo, las emociones y las conductas, o sea, los aspectos psicológicos. En este caso, viendo qué nos sucede con un órgano particular, con mucha simbología: el Corazón.
El planteo de esta nota es que la salud de nuestro Corazón depende en gran parte de una buena relación con nuestras emociones y con entregarnos al Amor.
La palabra “corazón” proviene del latín cor, que significa “centro”. No solo se encuentra físicamente en el centro del cuerpo, sino que también está en el foco de nuestra vida afectiva. Además, es el protagonista de múltiples expresiones artísticas que hacen referencia a corazones enamorados, rotos, espinados, locos y vagabundos, por citar unos pocos ejemplos.
Por su parte, las emociones no residen ni en la cabeza ni en nuestra imaginación; son procesos complejos y reales que ocurren en el cuerpo.
¿De dónde surge esta rara relación de asociar al Corazón con las emociones, específicamente al Amor?
Si nos observamos, veremos que cuando estamos alegres o nos deprimimos, el cuerpo se comporta de diferente manera. Podemos sentir la excitación cuando estamos disfrutando: hasta percibimos el cuerpo más liviano, enérgico, vital. En cambio, cuando nos encontramos abatidos experimentamos una opresión en el pecho o un nudo en la boca del estómago, y nuestro andar es pesado y requiere de mayor esfuerzo.
¿Qué nos pasa cuando vemos o tan solo pensamos o imaginamos a una persona amada?
La zona del corazón se hace más presente. Se lo siente más ligero y late más rápido, nos da taquicardia, la sangre fluye a la superficie del cuerpo. Por eso la cara se pone más roja, los ojos brillan, las manos se calientan, el cerebro se activa. La relación entre el sentimiento de afecto y de amor con el cuerpo -con el corazón- es innegable.
Igualmente, cuando nos exponemos a un peligro, al miedo, el cuerpo reacciona, se contrae, se pone tenso y se prepara para la lucha o la huida.
¿Qué sucede cuando tenemos una pérdida de amor?
Sabemos que el amor va ligado al placer. Pero cuando nos sentimos rechazados, el placer rápidamente se vuelve dolor, frustración. Como en el dicho, “se nos rompe el corazón”. La intensidad del dolor está en proporción directa con la intensidad del amor. El Dr. Alexander Lowen, quien ha investigado sobre el tema, expresa: “Cuando una persona experimenta una pérdida del amor, la sangre que había sido enviada a la superficie del cuerpo con la esperanza de la proximidad se retira súbitamente al interior, al propio corazón. Éste queda congestionado, con más sangre de la que puede expeler con facilidad. Aumenta la presión, y el corazón se siente como si fuera a estallar. Al mismo tiempo los músculos del pecho se contraen. En realidad, todo el cuerpo entra en estado de contracción como reacción a la pérdida del amor. Esto es lo opuesto al estado de expansión que el amor produce”.*
En la excitación, al ver a la persona amada todo el cuerpo se dispone a entrar en contacto, a buscar la proximidad, el abrazo, el beso. Porque toda reacción del cuerpo busca una descarga, y esa reacción se produce porque hay una emoción que está activa. La etimología de la palabra emoción es motere, el verbo latino “mover”, “movimiento”. Además, el prefijo “e” implica “hacia”, lo que sugiere que emoción significa “movimiento hacia”; o sea, en toda emoción hay implícitamente una tendencia a actuar.
Toda emoción implica una excitación del cuerpo, que requiere una descarga adecuada. Si tengo enojo debo expresarlo, decirlo, mover mi cuerpo, que no significa golpear a otro, pero sí liberar esa energía de forma no violenta, como golpear un colchón o salir a correr. Si estoy triste, no debo negarlo, y necesitaré conectarme con esa emoción, en lo posible hasta las lágrimas. Con la angustia, igual. Si tengo miedo, ayuda también expresarlo, no quedarme paralizado, observar si es un temor real o algo construido por mi mente. Si estoy excitado sexualmente, no tengo que comer; tengo que buscar la descarga.
Una pérdida de amor también nos lleva a una reacción, algo que debe ser expresado. En mi consultorio observo con demasiada frecuencia la gran dificultad que existe en realizar esa descarga, más en los hombres que en las mujeres. Esto responde a varias causas: una, la cultura en que vivimos, que no nos prepara para vivir y expresar las emociones saludablemente y de manera auténtica. Con más razón cuando se trata de las emociones menos populares, como la tristeza, el miedo y el enojo. Esto se suma a que en nuestra historia vital hemos vivido experiencias de angustia que no resolvimos (a veces desde la infancia), que nos han ido endureciendo el corazón, y se nos arma una “coraza”, supuestamente como defensa para no sufrir. A la larga nos aislamos del mundo y comenzamos a establecer relaciones vacilantes, desconfiadas, sin poder entregarnos a un vínculo, porque no podemos relacionarnos desde el corazón. Esto hace que este órgano se sobrecargue y se produzca una sensación de pesadez y desesperanza en la vida. La descarga no es posible, el miedo al dolor se impone y el corazón puede estallar en infinidad de síntomas físicos.
Con un amigo, un gran ser humano y profesional, el Cardiólogo Claudio Moyano, hemos conversado ampliamente de esta situación (y dimos una conferencia en conjunto sobre este tema hace algunos años). Acordamos que es muy difícil que alguien termine de sanar su corazón tan solo operándolo o tomando pastillas para regular su buen funcionamiento. Hay mucho más que hacer. Porque nuestras emociones, nuestra vida afectiva, nuestra forma de vivir, tienen un efecto directo sobre nuestro cuerpo y especialmente sobre nuestro corazón y su función.
Una persona que vive a la defensiva, que desconfía, que apuesta al control y se cuida de entregarse a las relaciones seguirá ampliando su coraza, desarrollará un Miedo al Amor que puede llegar a incidir negativamente en su salud cardíaca.
Alexander Lowen lo relata muy bien en su libro “El amor, el sexo y la salud del corazón”, a través de un caso con uno de sus pacientes. “Paul, un médico de 40 años, lo descubrió durante una sesión terapéutica. –Hay tensión en mi pecho-, me dijo. –Hay algo ahí dentro que quiere salir-. De pronto se le ocurrió que ese sentimiento que había en su pecho era de tristeza. –Tengo miedo de mi tristeza- reconoció. –Me doy cuenta de lo solo que he estado. No me atrevo a abrir mi corazón-. Cuando el sentimiento de tristeza se hizo más profundo, exclamó:-¿cómo pudiste hacerme esto? Me rompes el corazón-. Paul hablaba en presente porque estaba reviviendo la experiencia de angustia. Mientras hablábamos del sentimiento de su pecho observó: -no hay nada aquí adentro, ningún sentimiento. Parece vacío. No me siento el corazón-. Interpreté esta afirmación en el sentido de que no sentía amor en su corazón. Para alcanzar el amor que había bloqueado en una edad temprana para protegerse, Paul tenía que regresar a la etapa de la primera infancia. Echó suavemente los labios hacia afuera como un niño que quisiera mamar. Al hacerlo sintió el anhelo por su madre, a la que había reprimido y empezó a llorar. –Te quiero-, dijo, y añadió: -Estoy asustado-”.
Entregarse al Amor no es tan solo entregarse a otra persona, sino al propio corazón. Es hacer las cosas porque lo elegimos y ponemos lo mejor de nosotros. Es aceptar que no podemos controlar todo, que es inevitable que transitemos el dolor y el desamparo en muchos momentos de nuestra vida. Y aun así reconocer que no estamos desprovistos de recursos para mantener nuestra integridad y afrontar los desafíos de la vida. Solo cuando estamos bloqueados y queremos que todo sea a nuestra manera, es cuando se nos complica el vivir. Porque vivir implica “coraje”, en su sentido etimológico: “poner el corazón por delante”.
*Lowen, A. (1999) “El amor, el sexo y la salud del Corazón”. Editorial Herder. España.